sábado, 5 de marzo de 2011



III
Los años transcurrieron tranquilos para Milton después de la muerte de su hermana, quien habría sobrevivido más tiempo sino hubiera sido por el clima que sufrió la población durante las sequías producidas en el norte. No se sintió decepcionado por su amiga, la virgencita de La Mirada, pues luego de aquel milagro había logrado vivir gozando de una salud frágil pero en nada comparable a la de su primera infancia. Así y todo, no pudo evitar que el azote de calor se la llevara. El sol, insoportable en aquellos días, quemaba las cosechas. El agua que se juntaba en pozos durante las lluvias se evaporaba resultando cada vez más escasa.
Lucero no pudo aguantar la sed más de dos días y se despidió de Milton y su madre adoptiva dejándolos sumidos en la tristeza. Esa misma noche se desató la tormenta de Santa Rosa con furia tal, que parecía haber contenido sus aguas durante siglos. Las ráfagas arremolinadas cruzaron el monte levantando todo a su paso llevándose el cuerpo de Lucero en el instante mismo en que procedían a enterrarla. Milton corrió detrás del remolino mirándola reír entre semillas y hojas, corrió y corrió a través del monte con los brazos en alto sintiendo que por fin su hermana era libre. Subió la cuesta hasta la gruta para ofrecerle su último adiós. Las gigantescas alas del viento le recordaron a la nieta del viejo brujo y creyó verla rodeada de sus animales. Rápida, cruzó sobre el niño de pie frente a la cueva arrastrando consigo trocitos de vidrio. Gritando, Milton saludó a las jóvenes que giraban y reían en un carrusel de estrellas y cascabeles hasta perderse en el horizonte.

El joven, había crecido convirtiéndose en un muchachito fuerte y de cuerpo macizo, acostumbrado a las tareas del campo. Su tía estaba más cansada y se ocupaba sólo del telar y la cocina. Tejía enormes frazadas de lana de llamas y guanacos que luego teñía con ayuda de Milton en bateas y fuentones de metal. A Milton le agradaba revolver los tejidos sumergidos en aguas coloreadas con tintas que su tía fabricaba a base de vegetales y minerales. Le enseñó algunas de sus más secretas fórmulas de preparado de colores y durante horas hervían a fuego lento las mantas levantando vapores. Nació así en Milton la pasión por los colores y comenzó a investigar nuevas formas de teñidos con herramientas que armaba rústicamente, entonces se sucedieron los inventos con sellos de plumas que le regalaban sus gallinas, dibujos hechos con pinceles de pelos propios, combinaciones con ceras calientes. Una serie de experimentos sobre sus pocas ropas acabó transformándose en un juego que lo llevaría a vender sus originales prendas a la feria de la ciudad principal. También comenzó a realizar tapices trenzando y anudando fibras vegetales combinándolas preciosamente con guijarros cristalinos, semillas y fragmentos de huesillos encontrados en el monte, tal vez queriendo imitar aquella prenda que cubría al viejo que había conocido entre las piedras pintadas. Lo que ganaba les ayudó para que su tía dejara de trabajar y se mudaron a una casa más pequeña en el pueblo cercano. Milton tenía buen trato con la gente y resultaban muy agradables sus modos corteses y suaves que hacían más fácil la venta de sus artesanías.
- Eso lo sacaste a tu padre, que en paz descanse - decía la vieja al sobrino, orgullosa de su sangre. Eran pocas las veces que podían hablar de su familia porque a la tía Adela no le gustaba recordar. Nunca había estado de acuerdo con la vida que llevaba su hermano Pedro, mucho menor que ella, enamorado de aquella muchachita rebelde.
- No sé qué diablos lo hizo enredarse con tu madre. Por qué tenía tanta necesidad de vivir en Buenos Aires con todos esos artistas-decía melancólica-Pobre Pedro! siempre con la cabeza llena de sueños-.
Esto significaba un misterio para Milton, pues no había vuelto a ver a sus padres desde que se los llevaron en autos diferentes junto con otras personas. Entonces Adela huyó con los niños a su provincia natal, lejos de la capital de Buenos Aires. En el monte, se sentía protegida y segura y podría ocuparse de los niños "como Dios manda".
Con el tiempo, el chico empezó a interrogar más y más a la pobre atosigándola con preguntas sobre lo ocurrido aquella noche. Quería conocer los detalles físicos de sus progenitores de quienes no conservaba más que una foto arruinada que salvó de las llamas, el día que su madre adoptiva acabara con los recuerdos echándolos al fuego. Pero ella, temerosa aún del peligro que por mucho tiempo los había amenazado, prefería continuar con su pacto de silencio.
 
Mientras tanto, Milton continuaba creciendo y la feria donde trabajaba ahora era concurrida por turistas de otros países y estudiantes de distintas provincias que visitaban el lugar. Se había convertido en un joven de aspecto saludable y era muy extraño su puesto de ropas y tapices de exuberantes colores, adornados con espejitos, semillas y algunas cerámicas. Entre risas y sonrisas las personas se acercaban a admirar a ese personaje de cabellos cobrizos y mirada vivaz que los atendía alegremente con una gallina blanca posada en su cabeza. Como era de grata conversación, había ganado muchos amigos que lo visitaban y permanecían hablando con él hasta el anochecer, hora en que se cerraba la feria.
Por aquella época, las noticias empezaron a correr abiertamente y la gente vivía en un estado de ebullición contagioso. Los periódicos publicaban notas sacando a la luz lo que no se había hablado durante mucho tiempo. El joven comenzó a albergar la esperanza de encontrar a su madre si viajaba hacia la capital para conocer a esas mujeres que hacían ronda todos los jueves alrededor de la plaza central. Llegado el momento, con unos pesos ahorrados y algunas artesanías para ofrecer, se despidió de su tía prometiéndole escribir y enviarle el dinero suficiente para ayudarla con la pensión y la comida. Adela decidió volver al monte, para no causarle más gastos a su sobrino, además, era el lugar donde quería terminar sus días. Lo acompañó a la estación de ómnibus. Milton la abrazó con fuerza.
-Es un viaje inútil, vas a hacer lo mismo que tu padre-intentó convencerlo.
El ómnibus partió hacia la capital seguido por cinco gallinas blancas dormidas sobre el techo, hechas un buñuelo con aroma a manzana.